Aunque es en el mundo culinario donde se acuñó la expresión, gracias a los antagonistas personajes de la famosa película de PIXAR, Ego y Remy (crítico encumbrado y egoísta y ratón cocinero aspirante respectivamente), no es privativo del ámbito gastronómico.
El efecto Ratatouille, ese que provoca en quien lo experimenta un vuelo al pasado instalado en el ensoñamiento, en las vivencias que se agarran a los espacios huecos de la memoria para esconderse de la limpieza de recuerdos y salen a saludar ante determinados impactos recibidos por cualquiera de nuestros sentidos, ese efecto, es mágico.
Vemos continuamente campañas publicitarias que centran sus esfuerzos en conseguir emocionar a los potenciales clientes, y más ahora que se aproximan fechas navideñas, donde se juega en el tablero con el valor de la familia, y de la unión de la misma, coincidiendo en una época de consumo donde puede llegar a imponerse el sentimiento ensalzado sobre el presupuesto permitido.
Aunque no comparto ni las formas ni el fondo, nada tengo en contra de esta forma de impactar en las personas, sólo que, desde mi punto de vista, falta un componente social que, dé sentido a muchas actuaciones surrealistas, poco convincentes, y muy alejadas de la realidad que vivimos al traspasar la puerta de nuestra casa y toparnos con los ciudadanos de a pie. Ojo, que, en indicadores porcentuales, no olvidemos que son los que mantienen el sistema.
Y es que se evidencia que, para lograr emocionar al prójimo, el acongojamiento, la pena y el lagrimeo son elementos químicos conceptuales imprescindibles para que la tabla periódica de la publicidad de ciertas marcas permita mantenerlas vivas en todos los estados de agregación posibles.
La ausencia de otro tipo de elementos emocionales, como la libertad, la dulzura, la alegría, la risa, la sorpresa, la ficción, el reconocimiento, el valor, el esfuerzo, etc. (aunque sí presentes en los proyectos y campañas de manera colateral, nunca de forma protagonista si el objetivo es tocar la fibra del receptor), son ingredientes para introducir en la ratatouille del marketing corporativo de muchas empresas con contrastada trayectoria empresarial, donde las generaciones superan al contarse los dedos de una mano.
Provocar el efecto Ratatouille en la carta de servicios o productos de una empresa, debería ser una obligación para aquellos, que además de adaptarse a los nuevos tiempos, tienen a gala contar en su ábaco con muchos tiempos.