Han pasado 7 años, pero los sabores, como las emociones, perduran en la memoria.
Cuando vi a Pepe Solla en televisión hace unos días, me acordé de Galicia. De las Rías Baixas. De mi verano de 2009 en Poio, Cambados, Combarro, SanXenxo. Y es que Pepe, es Marca Galicia. Y Galicia tiene la suerte de tener marcas como Pepe.
Junto al cocinero portugués José Avillez, Pepe Solla fue seleccionado para dar rienda suelta a la cocina creativa del almuerzo del último Consejo Europeo de 2016 el pasado 15 de diciembre, año en el que se conmemoraban los 30 años de la entrada en la UE de España y Portugal.
Y digo que han pasado años, y las canas -tanto las de Pepe como las mías- pueden dar fe de ello, pero no se han borrado los recuerdos. Llegué a Casa Solla por recomendación de Vitor Belho en una de esas noches en Santiago de Compostela en que Casa das Crechas abría el corazón de los ancestros gallegos.
La noche en Casa Solla, además de su por magnífica cocina y por su puesta en escena, fue especial por ser “normal”. Por no ser rimbombante, ni sobrecargada, ni con venta de humo. Por ser sencilla, directa, colorista, amable. Una experiencia que basó su excelencia en el producto bajo la seña de identidad del servicio. No soy asiduo de restaurantes de nivel (éste lo tiene), pero el hecho de sentirme cómodo me aproximó más a la esencia de lo que este chef quería transmitir. No llegué allí esperando nada, ni con expectativas creadas, ni con ánimo de sacar conclusiones de nada de lo que mis sentidos captaran esa noche.
Es por eso que 7 años después veo a Pepe Solla en la tele, y me acuerdo perfectamente de esa noche, de su restaurante, de cómo me habló y qué me dijo. Sin embargo, no recuerdo lo que cené, ni lo que bebí. Sólo sé que disfruté, y que el momento mereció la pena sobradamente.
Y es que no ha podido escoger mejor título para su primer libro, Casa Solla. Pepe Solla. Cuando lo ancestral se hace eterno.
Veo a Pepe Solla y me acuerdo de Galicia. Y eso, para una tierra, es un plus.